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Homilía de Mons. José Ángel Saiz Meneses. Misa de Acción de Gracias con ocasión de los 550 AÑOS DE LAS PRIMERAS PROFESIONES MONÁSTICAS. MONASTERIO DE SANTA PAULA (SEVILLA). 6 DE JULIO DE 2025.

 

1. Queridas madre Federal, madre Priora y comunidad del Monasterio de Santa Paula; capellán y sacerdotes concelebrantes: miembros de la vida consagrada y del laicado; dignísimas autoridades y representantes de instituciones; hermanos y hermanas en el Señor. “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10,2). Con esta expresión tan clara y directa, el Señor nos interpela hoy, en este Domingo XIV del Tiempo Ordinario, mientras celebramos con profunda alegría y agradecimiento los 550 años de las primeras profesiones religiosas en este monasterio de Santa Paula. En el corazón del verano sevillano, en el corazón de la Iglesia hispalense, el Señor nos sigue llamando y enviando a contemplar, a discernir, a evangelizar, a construir su Reino en la tierra.

2. Esta expresión del Evangelio nos invita a redescubrir el valor de la vida contemplativa, tan esencial en la vida de la Iglesia, tan escondida y tan fecunda a la vez, tan callada y a la vez tan elocuente. La mies de la humanidad necesita manos que siembren, miradas que comprendan, corazones que amen desde Dios. Y eso sois vosotras, queridas hermanas Jerónimas: sembradoras del Evangelio desde la clausura, testigos de esperanza en medio del mundo, reflejos de lo eterno en una ciudad que tantas veces se agita por lo inmediato.

3. La primera enseñanza que hoy queremos subrayar es la importancia de la vida contemplativa para la Iglesia. En un mundo que exalta la eficiencia inmediata, el rendimiento material, la utilidad y el éxito exterior, la consagración a Dios en la vida monástica es una respuesta contracultural, profundamente evangélica, porque afirma con la vida que sólo Dios basta. La vida consagrada es, en palabras de San Juan Pablo II, “una forma especial de participación en el misterio de Cristo” (Vita Consecrata, n. 3). Y esto es aún más claro cuando se trata de la vida contemplativa. Vuestra vocación no es tanto la del hacer, sino la del ser: ser esposas de Cristo, ser presencia orante, ser el corazón

orante de la Iglesia. En esta Sevilla que bulle de actividad, de palabras, de emociones, vosotras sois como María de Betania, sentadas a los pies del Maestro, escuchando su Palabra (cf. Lc 10,38-42).

4. La consagración a Dios mediante los votos es un signo profético porque anuncia un Reino que no es de este mundo, un amor que trasciende lo humano, una entrega que no busca recompensa. Un signo profético que nos recuerda la radicalidad que la vocación cristiana, porque no se puede plantear una vivencia cristiana de mínimos; y en vuestra clausura, lejos de vivir encerradas en vosotras mismas, os abrís al mundo con una mirada amplia, limpia, con una intercesión constante, con una vida ofrecida por todos. Nos encontramos en un lugar santo. Aquí, hace 550 años, en 1475, doña Ana de Santillán y otros espíritus valientes dieron el paso de consagrarse al Señor según la Regla de San Jerónimo, en el corazón de una Sevilla pujante, comercial, y también profundamente religiosa. Este monasterio, que es una joya artística, archivo espiritual, lugar de oración, y ha sido a lo largo de los siglos un verdadero pulmón de gracia para nuestra ciudad.

5. Han pasado generaciones, han cambiado muchas cosas, pero este monasterio sigue en pie; y no sólo en pie, sino vivo. Porque donde hay oración, hay vida. Donde hay silencio adorante, hay fecundidad eclesial. Hacemos memoria de la venerable M. Cristina de Arteaga, cuyo magisterio pervive entre nosotros. Vosotras, hermanas Jerónimas, habéis sostenido con vuestra fidelidad silenciosa la vida de Sevilla. Vuestro canto diario, vuestra oración litúrgica, vuestra penitencia escondida, han sido como el incienso que sube a la presencia de Dios. Muchos sevillanos, ilustres y humildes, han encontrado aquí consuelo, consejo, orientación. Este monasterio ha sido faro en la noche de muchas almas. Vuestra labor con el arte, con la encuadernación, con la acogida espiritual, ha sido otro modo de evangelizar. Habéis sido verdaderas madres espirituales de la ciudad; y hoy, al celebrar este aniversario, os decimos desde lo más hondo del corazón: gracias. Gracias por vuestra fidelidad, por vuestro “sí” diario y generoso.

6. En esta etapa sinodal que vive la Iglesia, es urgente recordar que no hay renovación sin contemplación. No habrá verdadera pastoral misionera si no hay corazón contemplativo. Y la vida consagrada,

especialmente la vida contemplativa, es garantía de esta dimensión espiritual. En nuestra archidiócesis de Sevilla, rica en historia y en vocaciones, el testimonio de las monjas contemplativas es un tesoro que debemos cuidar, promover y agradecer. La ciudad necesita signos visibles del Reino. Y un monasterio en medio de la ciudad es como una antorcha encendida, como una lámpara que arde sin consumirse. Nos recuerda que el amor es eterno, que Dios es fiel, que vale la pena darlo todo por Cristo. En medio del ruido de la ciudad, Santa Paula es un oasis. En medio de la prisa, es un alto en el camino. En medio de la dispersión, es un hogar donde todo se ordena hacia Dios.

7. El Evangelio de este domingo nos habla del envío misionero de los setenta y dos discípulos. En ellos, contemplamos tres rasgos que también se reflejan en la vida contemplativa: la alegría, la pobreza y la paz. Jesús los envía “como corderos en medio de lobos” (v. 3), es decir, en total vulnerabilidad; y, sin embargo, regresan “llenos de alegría” (v. 17), porque han experimentado que el Reino de Dios está cerca. También vosotras, queridas hermanas, sois enviadas, aunque no salís de los muros del monasterio. Sois enviadas a interceder, a alabar, a sostener al Cuerpo místico de Cristo.

8. La pobreza evangélica que el Señor pide a los discípulos —“No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias” (v. 4)— es vivida por vosotras con radicalidad. En un mundo que idolatra la posesión, vuestra pobreza habla de libertad. En un mundo que teme el silencio, vuestro retiro habla de plenitud. Y la paz. “Cuando entréis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’” (v. 5). ¡Cuántos sevillanos han encontrado paz al atravesar esta puerta de Santa Paula! ¡Cuántos han sentido aquí la presencia de Dios! ¡Cuántos han recuperado la fe al oír vuestros cantos, al contemplar vuestra vida entregada a Dios!

9. Esta efeméride no es sólo memoria del pasado. Es también semilla para el futuro. Vosotras, queridas hermanas, sois parte de la esperanza de la Iglesia. En una sociedad que duda del valor del compromiso y del sacrificio, vuestra perseverancia es un mensaje significativo. En una Iglesia que busca caminos nuevos de evangelización, vuestra oración es el alma de toda misión. Pido al Señor que esta celebración suscite nuevas vocaciones. Que haya jóvenes que escuchen la llamada de Cristo a seguirle más de cerca,

también en la vida contemplativa. Que no tengamos miedo de proponer esta forma de vida, exigente pero llena de gozo, que nuestras familias y nuestras parroquias valoren y acompañen las vocaciones religiosas.

10. Queridas hermanas: celebramos 550 años de fidelidad. Fidelidad de Dios a vosotras, que dura siempre; y fidelidad a Dios por vuestra parte. En esta Eucaristía damos gracias al Señor por este largo camino recorrido y renovamos nuestra comunión con vosotras, con toda la vida contemplativa, y con esta Iglesia de Sevilla que tanto os quiere. Que Santa Paula, patrona de esta casa, os proteja siempre. Que San Jerónimo, vuestro padre espiritual, os anime a seguir profundizando en la Palabra. Que María santísima, Reina de los contemplativos, os mire con ternura. Y que cada uno de nosotros, al salir de esta celebración, llevemos grabado en el alma que sin oración no hay misión, sin consagración no hay renovación, sin entrega no hay fecundidad. Así sea.